Por Carlos G. Groppa
Landrú, el perspicaz dibujante que radiografió la vida, costumbres y usos idiomáticos de los argentinos desde la década de 1950, gusta del tango, la milonga y la música tropical, como lo muestra muchas de sus historietas.
Sus primeros dibujos humorísticos aparecieron en 1945 en la revista Don Fulgencio de Lino Palacio y al año siguiente en Cascabeles sus primeros dibujos políticos.
Por ese entonces Landrú ilustraba en la revista Vea y Lea la sección "Puntos de Vista" escrita por el humorista uruguayo Wimpi. Un día, al pedir éste licencia para irse de viaje, le encomendaron a Landrú que, además de dibujarla, la escribiera. Cuando Wimpi retornó, le gustó tanto su trabajo que le dijo: "La haces mejor que yo". Y se la dejó.
De allí, Landrú pasó a dibujar la página “¡Oh, la femme!...” con chistes sobre las "señoras gordas". “No gordas porque lo fueran -aclara Landrú-, sino por apoltronadas y desubicadas. Esas que pueden confundir a Miguel Angel con Luis Miguel, y que viven diciendo pavadas”.
Habiendo firmado sus chistes como J.C. Colombres -su verdadero nombre es Juan Carlos Colombres-, luego eliminó su apellido y dejó solamente J.C., hasta que en una época en que usaba barba, adoptó el seudónimo de Landrú cuando su colega Faruk -hijo de Lino Palacio- le dijo que se parecía al famoso asesino francés de ese nombre, guillotinado en Francia el 19 de enero de 1923, justo el día que nació Colombres.
Antes de que el humor fuese su medio de vida. Landrú estudió arquitectura y trabajó en una repartición de aeronáutica. Después lo hizo en los Tribunales lidiando con asesinos y ladrones, investigando sumarios, tomando declaraciones, etc..
Profundo observador de los lenguajes que se hallan dentro del lenguaje habitual, como el de los abogados, de los médicos, e incluso el lunfardo, le valió que lo quisieran incorporar a la Academia Porteña del Lunfardo, distinción que no aceptó porque había que asistir a las reuniones los sábados por la tarde. Y Landrú, en ese entonces, trabajaba duro los fines de semana ya que los lunes entregaba sus chistes a la revista Gente y al diario Clarín, publicaciones en las que realizaba una sección de cocina, "Landrú a la pimienta", y otra de turismo, "Landrú Travel".
En 1955, entre las buenas revistas de humor argentinas, se destacaba Rico Tipo, en la que Landrú colaboraba, por lo que le propuso a Divito, su dueño y editor, sacar un suplemento político. Pero como a Divi-to no le interesaba la política, no se adhirió al proyecto. Al poco tiempo, al conocer gente interesada en editar una revista de humor político, pudo concretar su idea.
Así, en 1957 fundó “Tía Vicenta”, que sería su más notable aporte al humor argentino. Esta publicación, además de estar cargada de desenfadado humor político, satirizaba las costumbres y usos idiomáticos de la sociedad argentina, convirtió a Landrú en el humorista del momento.
El nombre “Tía Vicenta" se lo inspiró su tía Cora, a la que le gustaba la política, pero al no entenderla, sus delirantes comentarios sobre la misma le hacían mucha gracia a Landrú.
La primera tirada -50.000 ejemplares-, se agotó ni bien salió, lo mismo que las ediciones subsiguientes, por lo que el tiraje fue subiendo constantemente, hasta que, al convertirse en suplemento del diario El Mundo, llegó a la cifra tope de 450.000 ejemplares semanales.
Tía Vicenta fue una revista cambiante, siempre actualizada. El día que aumentó las páginas se llamó “Tía Vicenta Engordó”, y cuando salió en colores, “Tía Vicenta se Pinta”. Landrú usó este recurso del cambio de título para sorprender al lector. Así, en 1962 una edición dedicada a los travestis se llamó “Tío Vicente”. En ella su célebre personaje del Señor Porcel pasó a ser “Señora” Porcel, y su seudónimo de Landrú se transformó en Landrunelle. En 1963, cuando se rumoreó uno de los tantos regresos de Perón al país, la revista salió con el nombre de “Tía Vicenta en el Exilio”, agregándosele una banda en la que se leía: “Edición clandestina”. Otras veces, Tía Vicenta imitó el formato de publicaciones establecidas, como cuando salió como “Tía Vicenta del Reader's Digest”.
Tía Vicenta fue la revista de humor más importante que tuvo el país, tanto por el talento de sus contribuyentes como por su repercusión internacional. Por su redacción pasaron, entre dibujantes, humoristas y escritores no ligados al humor: Oski, César Bruto, Alberto Breccia, Blanca Cotta, Faruk, Blotta, Siulnas, Jaime Potenze, Conrado Nalé Roxlo, Gerardo Sofovich, Dalmiro Saenz, María Elena Walsh, etc.. Otros, luego famosos, Quino, Miguel Brascó, Fontanarrosa, Caloi, Hermenegildo Sábat, Bróccoli y una larga lista se iniciaron en ella.
"La única restricción que existía en Tía Vicenta -nos confesó Landrú- era no insultar. En ella creamos un ámbito basado en la espontaneidad, el disparate y la falta de solemnidad, ya se tratase de la política o de hábitos sociales. Había una redacción abierta a todos... Hasta Frondizi envió un texto, que firmó Domingo Faustino Cangallo, que si bien él siempre negó, su secretario lo confirmó”.
Además de los dibujos y los chistes realizados con fotos retocadas que se publicaban, estaban los exitosos campeonatos -como el tan popular de los “mersas” (plebeyo, de baja condición)-, las falsas biografías y los premios de cientos de miles de pesos, como aquel ofrecido a quien lograra resolver absurdos crucigramas.
Editada en forma independiente o como suplemento dominical de El Mundo, Tía Vicenta salió desde el 20 de agosto de 1957 hasta el 17 de julio de 1966, sin contar la fugaz aparición durante el dictatorial mandato del General Jorge R. Videla, la época más represora en toda la historia argentina.
Su humor burlón, delirante, absurdo y por momentos ingenuo y tierno, que provocaba sonrisas irónicas entre las clases políticas dirigentes, nunca fue bien visto y menos tolerado por las cerradas dictaduras militares que asolaban al país.
En 1966 el General Juan C. Onganía -dictador de turno que usaba un ostensible bigote para ocultar una cicatriz hecha en el labio superior con un taco de polo-, amenazó con clausurar Tía Vicenta a raíz de aparecer él en la portada dibujado con un bigote de morsa. Mucha sutileza para un dictador sin cerebro. Por lo que, ante la amenaza, la dirección de la Editorial Haynes -editora del diario El Mundo y Tía Vicenta- citó a Landrú para informarle del grave problema que enfrentaban: Onganía tenía intenciones de cerrar la revista y el ministro del Interior, Martínez Paz, quería tener una reunión previa con Landrú. Acompañado por la plana mayor de la Editorial, Landrú fue a ver al ministro, quien inició la reunión diciendo: "Al Presidente no le gusta Tía Vicenta". "¡Ah! -respondió Landrú-, yo creía que el problema era más grave. Si al Presidente no le gusta, que no la compre".
En pocas palabras, Onganía clausuró Tía Vicenta, matando así la década de oro de humor político argentino.
Gran observador del comportamiento humano, Landrú se inspiró en la vida real para delinear sus personajes. María Belén, Alejandra, Chonchón, María Pía, Cateura y otros, eran seres vivos transportados al papel. Por ejemplo, nos explicó Landrú en nuestra entrevista telefónica, "El señor Porcel era mi padre, gran discutidor. Una vez sacó un crédito para comprar un traje en Casa Muñoz, y cuando el vendedor le pidió que firmara el formulario, mi padre le exigió que firmara él también. Como el empleado se negó, le dio un trompazo y se fue indignado, despotricando contra ese negocio en el que no había seriedad".
En 1962, The New York Times le dedicó un artículo encabezado "Una revista argentina se ríe de la crisis política", en el que se recalcaba que “Tía Vicenta usa su libertad hasta el máximo. Sus embestidas más profundas son para los militares. Al informar sobre el fabuloso ataque a la Casa de Gobierno, la revista dijo que las tropas habían sido valientemente conducidas por su general..., desde la retaguardia".
El reconocimiento internacional a Landrú culminó en 1968 cuando en los EE.UU. le otorgaron el premio Moores-Cabot.
Espíritu inquieto, en la década de 1950, Landrú fundó, con el músico Santos Lipesker, Los Tururú Sereneiders, un grupo humoristico-musical en el que los músicos aparecían vestidos de ancianos, con galera, babero y largas barbas blancas, a raíz de haber creado el personaje de un viejito reblandecido: Jacinto Doblebé, el Reblán.
Cave mencionar que entre los músicos de Los Tururú estaba Juan Caldarella –el autor del tango Canaro en París–, que tocaba el serrucho con un arco de violín.
Para esta agrupación Landrú escribió la letra de más de diez temas con música de Lipesker. La muña muña, Fuerte de caderas o ¡Trácate!, fueron temas de gran éxito, al extremo de que un año, en SADAIC (Sociedad de Autores) Landrú fue el tercero en cobrar más regalías. Primero estuvo Canaro, seguido de Palito Ortega.
La televisión, que recurrió a su humor para escribir los libretos no sólo de Tato Bores y Dringue Farías, sino que en 1969 puso en el aire por Canal 11 el ciclo “Lo que el viento se Landrú”, un micro comercial de tres minutos con muñecos animados representando a sus célebres personajes, realizado en asociación con quien esto escribe.
Tanguero al fin, Landrú muchas veces hizo desfilar por los cuadros de sus historietas de Tía Vicente sus chistes sobre los personajes del tango y por Rico Tipo sus páginas dedicadas a los milongueros, malevos y los muchachos del 900.
Landrú, dibujante refinado y culto, se encuentra entre los humoristas que calaron más hondo y supieron ironizar sutilmente los defectos del argentino●
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2 comentarios:
Muy buena la información. Me sirvió de mucho para mi Trabajo Práctico sobre "La Historieta Argentina"
Atentamente: Clara SIlva
Información interesante que ayuda a rescatar a un gran humorista y a toda una época a la que podemos analizar no solo por el humor que la refleja sino, también, por las reacciones de los gobiernos ante ese humor. Muchas gracias. Virginia Panettieri
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