11/1/11

Xavier Cugat, promotor del tango en Hollywood

Por Carlos G. Groppa

Xavier Cugat con el autor de esta nota, Carlos G. Groppa.

A fines de la década de 1920 las nuevas corrientes migratorias que convirtieron la zona neoyorquina de East Harlem (El Barrio) en un distrito hispano importante, fueron las responsables del cambio en los Estados Unidos de los estereotipos musicales relacionados con los ritmos de Sud América y el Caribe. La gran comunidad caribeña que se estableció primero en New York, y luego en otras ciudades del país, provocó una mayor demanda musical.
Beneficiado por esta situación, o quizás quien mejor le sacó partido fue Xavier Cugat, que se convertiría en el más famoso de todos los cultivadores de la música latina, y le daría un gran impulso al tango de salón.
Nacido Francisco de Asís Javier Cugat Mingall de Bru y Deulofeo en un pintoresco pueblito de Gerona, España, el 1 de enero 1900, se acortó su nombre ni bien pisó el Nuevo Continente. Las diferentes versiones que circulan sobre su vida contienen muchas contradicciones -algunas difundidas por él mismo- que hacen difícil trazar su real existencia. Según sus memorias desparramadas en las páginas de su no muy voluminosa pero si exagerada autobiografía "Rumba Is My Life" (1948), su familia emigró a Cuba cuando él tenía cinco años de edad.
Establecido en La Habana, a muy temprana edad estudió violín en la Escuela de Música Peyrellade, y se ganó la vida tocándolo en confiterías y cafés del puerto. Con el tiempo ingresó en la sinfónica del Teatro Nacional como primer violín. Allí conoció a Enrico Caruso.
La predisposición que ambos tenían para el dibujo y la música, hizo que trabaran una estrecha amistad.
Queriéndolo ayudar musicalmente, Caruso lo instó a que viajase a los EE.UU., ofrecién-dose a influir personalmente para que aceptaran su presentación en el Carnegie Hall.
La familia de Cugat, tentada por el ofrecimiento del tenor, vendió todo y en julio de 1921 abandonaron La Habana rumbo a los EE.UU..
Lamentablemente el debut de Cugat en esa sala de conciertos no fue muy auspicioso. Los críticos no fueron tan compla-cientes como Caruso y le hicieron despiadados comentarios adversos.
Apabullado por las críticas, Cugat se ganó la vida trabajando como violinista en un oscuro café de la 57th Street y la 7th Avenue. Mientras, en su fuero interno, seguía alentando el sueño de convertirse en un gran concertista de violín.
Al fallecer Enrico Caruso, Cugat volvió a Europa para estudiar en el Conservatorio de Música de Berlín. Luego de hacer una gira con la orquesta de la institución, regresó a New York con renovados bríos musicales.
La opinión negativa de los críticos en los subsiguientes conciertos que ofreció, le hicieron ver realísticamente su futuro. Sus sueños de ser un Jascha Heifetz derivaron a ser un violinista del montón.

Un cambio de ritmo

Persuadido de que debía abandonar el mundo de la música clásica, pero no el violín, Cugat buscó trabajo entre las orquestas populares. Vincent Lopez fue su primera opción. Siendo uno de los directores de orquesta de baile más de moda, Lopez lo contrató como primer violín para su debut en "Casa Lopez", luego convertido en un club nocturno neoyorquino de cierto prestigio. Con este trabajo, el mundo de Cugat dio un vuelco de 180 grados. De la intelectualidad del ambiente de la música clásica pasó al frívolo mundo de los bailarines, las coristas y las espectaculares revistas musicales. En este nuevo medio trabó amistad con un vendedor de arte habitué del lugar, que le ofreció un trabajo no musical –seguramente tampoco le gustó como tocaba el violín. Sabedor de las cualidades de dibujante, Cugat estaría perfecto al frente de una galería de arte que iba a abrir en la zona del arte de La Cienega Boulevard, en Los Angeles.
Como consecuencia, Cugat se mudó a Los Angeles. Asombrado, descubrió que por la galería desfilaban las más rutilantes luminarias del cine mudo. Norma Talmadge, Douglas Fairbanks, Joan Crawford, William Powell y Charles Chaplin, eran sus clientes más asiduos. Cugat sacó inmediato partido de esos rostros, que lo ayudaron a emplearse como caricaturista de las estrellas en el periódico "Los Angeles Times".
Terco como era, insistió en la música clásica y el público asistente al Los Angeles Philharmonic Auditorium tuvo la oportunidad de escucharlo tocar el violín una vez más. La última. Esta vez la dureza de la crítica fue tal que lo disuadió definitivamente de seguir con la música clásica. Por otro lado tuvo suerte. A ese concierto había asistido Charles Chaplin. Genio en busca de talento perdido, Chaplin le pidió que le grabara unos solos de violín que necesitaba para el acompañamiento musical de una nueva comedia muda que iba a filmar. Este trabajo derivó a una serie de ofertas del mismo tipo, que hicieron que Cugat renunciara a la galería de arte y al "Los Angeles Times" para dedicarse de lleno a la música.
Su carrera de caricaturista en el "Los Angeles Times” duró menos de un año, pero no su afición por el dibujo. Con el correr del tiempo llegó a hacer más de 35.000 caricaturas de gente famosa.
Su última caricatura asignada por el "Los Angeles Times", que fue a la actriz Dolores del Río, nunca la realizó. El destino lo condujo al encuentro de la cantante mexicana Carmen Castilla, a quien realmente le hizo la caricatura confundiéndola con la actriz.
Carmen, que en 1929 se convertiría en la primera de las cinco esposas de Cugat, lo conectó con el ambiente musical hispano de Hollywood. Además lo instó a formar su propia orquesta de baile. En ese momento, la música latinoamericana que se oía en el área de la Costa Oeste de los EE.UU. era tocada por tríos integrados por músicos -húngaros, generalmente- muy ajenos a la temática. Ninguna orquesta abiertamente latinoamericana rondaba por Hollywood, y menos una que tocara el ya internacionalmente popular tango.

 El llamado del Tango

Ante este panorama, Cugat formó en 1928 un pequeño grupo musical para tocar ritmos tropicales con el que debutó en el "Montmartre", un club nocturno de Hollywood favorito de la colonia cinematográfica. Su popularidad en este lugar le permitió obtener un contrato en el "Coconut Grove" del Ambassador Hotel, otro club nocturno de Hollywood pero mucho más refinado.
Fundado en 1921, el “Coconut Grove” era una gran sala de baile que tomó su nombre (Arboleda de cocos) por la docena de palmeras artificiales de tamaño natural que lo adornaban. Estas palmeras, que le daban al lugar el encanto de un oasis con un cierto aire tropical, habían sido usadas anteriormente en el decorado de la película de Rodolfo Valentino, "The Sheik". Frecuentado por las más distinguidas estrellas del cine, influyentes políticos y personalidades de la alta sociedad, el lugar sería, cuatro décadas después, el 5 de junio de 1968, el trágico escenario del asesinato de Robert Kennedy.
Cugat comenzó a trabajar aquí como orquesta de relleno, cubriendo los intervalos bailables de la atracción del lugar: la orquesta de Ges Arnheim. Dio la casualidad que en la orquesta de Arnheim –según Cugat– cantaba el grupo vocal "The Rhythm Boys", uno de cuyos integrantes era Bing Crosby, mucho antes de ser Bing Crosby. Del encuentro con Crosby –también según Cugat– surgió una gran amistad entre ambos. Además, se dice que Crosby cantó algunos de los tangos que Cugat tocaba.
Curiosamente, Bing Crosby en su autobiografía "Call Me Lucky" (1993) así como en su biografía "Bing Crosby: The Hollow Man" (1981) escrita por Donald Shepherd, no menciona a Cugat al referirse a sus actuaciones en el “Coconut Grove” con la orquesta de Arnheim. La rivalidad artística, así como la memoria para recordar nombres a veces es despiadada. Pero en cambio Crosby menciona a Carlos Molina como el director de la orquesta de relleno que tocaba tangos y música tropical. Lo extraño es que Crosby recuerde a Molina, un excelente violinista colombiano de perfil bajo que desapareció como apareció, y no a Cugat, que con el tiempo no sólo tuvo tanto nombre como él sino que, en 1945, grabaron juntos cuatro canciones tropicales. ¿O es que la versión del músico catalán es otra de sus exageraciones autobiográficas?

“Xavier Cugat and His Gigolós”

Al "Coconut Grove", en ese momento el más famoso centro nocturno para cenar, bailar y ser visto en la Costa Oeste, concurría habitualmente Charles Chaplin. Chaplin, gran aficionado al tango, que había conocido a Carlos Gardel en Niza, iba allí no sólo a reunirse con sus colegas de la colonia cinematográfica sino a lucirse bailando tango. Cugat, conociendo la habilidad del gran bufo como bailarín, incorporó algunos tangos a su repertorio sólo para complacerlo. "Chaplin amaba desde el tango hasta mi música", manifestó Cugat en su autobiografía, "El era uno de los pocos capaces de bailar auténtico tango".
Viendo que el tango tenía mucha aceptación entre los parroquianos, Cugat convenció al administrador del establecimiento para que contratase a ocho bailarines sudamericanos para que durante los intervalos diesen clases de tango a los concurrentes. Vestidos de smoking y haciendo pareja con hermosas bailarinas, estos "profesores" salían a la pista, al ritmo de la orquesta de Cugat, a hacer exhibiciones "de tango tal como se debía bailar el tango" según afirma Cugat en su autobiografía. Además, los bailarines daban lecciones de tango a las mujeres presentes, mientras que sus hermosas y atractivas compañeras les enseñaban los pasos a sus acompañantes. La idea tuvo repercusión inmediata. Los hombres llevaban a sus esposas sólo por el placer de poder bailar con las atractivas compañeras de estos "gigolós", así bautizados al ligar su profesión con la actividad similar que había desarrollado Valentino años atrás.
Tal fue el éxito de esta modalidad, que Cugat, dotado de un talento comercial a la par del musical, inmediatamente incorporó los bailarines a su orquesta. Así nació "Xavier Cugat and His Gigolós". Vistiendo a sus músicos con llamativos trajes, Cugat le agregó a la orquesta exóticas bailarinas envueltas en un deslumbrante vestuario, y hermosas vocalistas junto a y buenos mozos cantantes con acento español. Todo rodeado de una romántica atmósfera, su aceptación se expandió rápidamente. Como bien lo había dicho Cugat, "Todos quieren aprender el tango de la manera correcta". Y ahí estaba él con sus gigolós para enseñárselo.
A partir de aquí, los tangos pasaron a tener solidez comercial y artística en el repertorio de Cugat, al extremo de incorporar un bandoneonista permanente a su orquesta. Esta adición fue más bien el deseo de darle a sus interpretaciones cierta sofisticación y elegancia con sabor a tango argentino, que para lograr autenticidad.
Si bien Cugat no respetó mucho el estilo de los tangos auténticos que interpretó, Yira yira, Nostalgias, Adiós muchachos, Inspiración y muchos otros, sostuvo vivo al tango en los EE.UU. desde fines de la década de 1920 hasta bien entrada la siguiente.
Habiendo capturado la imaginación del público norteamericano con su simpatía, su desenvuelta personalidad y la calidad de sus arreglos, en 1933 Cugat es llamado a inaugurar con su agrupación el nuevo "Starlight Roof" del Waldorf-Astoria Hotel de New York. Para debutar en tan distinguido lugar, Cugat formó la "Waldorf-Astoria Orchestra". En su afán de ampliar el repertorio y no perder audiencia, le incorporó a esta nueva orquesta valses y melodías internacionales de moda. Convertido en la atracción principal del hotel, hizo del lugar su casi permanente dominio, durando allí 16 años.
Para integrar esta orquesta, Cugat no pudo contar con el bandoneonista italiano que lo acompañaba en Hollywood. Habiéndose éste negado a abandonar California para mudarse a New York, Cugat lo reemplazó con Billy Hobbs, un acordeonista que sabía imitar casi a la perfección el rezongón sonido del bandoneón.
En esta nueva orquesta, los tangos comenzaron a declinar en favor de las rumbas y los perritos chihuahuas que promovía Cugat. Las modas no dependen de la calidad de la mercadería que se ofrece sino de la dosis con que se la inyectan a las masas. Y la rumba estaba ahí, recién importada, lista para que le sacaran el jugo y lo inyectasen en el gusto popular. Y Cugat supo como hacerlo.
En el momento de la fusión, Cugat, que tuvo la habilidad de mezclar con gracia y gusto los ritmos de moda, hizo que sus tangos parecieran rumbas y sus rumbas tangos. Hábil músico, sus grabaciones de tangos de esa época aún hoy en día se escuchan con agrado.
Con el tiempo, habiendo triunfado en cine, televisión y el mundo del disco, los tangos desaparecieron casi por completo de su repertorio.
Este inteligente músico, cuyo asombroso encanto personal y pasión por la música –toda clase de música– fueron sus mejores atributos para elevarlo al tope de las encuestas de popularidad, nunca recibió un completo reconocimiento. Desafortunadamente, permaneció en la mente de la gente como un insípido gordito tocando ritmos tropicales rodeado de cuchy-cuchy vampiresas, aporreadores de tumbadoras y diminutos perritos chichuahuas.
Xavier Cugat falleció el 27 de octubre de 1990 en Barcelona, España, a la edad de 90 años■
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